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a la Primera Guerra Mundial; el ataque al transmisor de radio de Gleiwitz, que iba a justificar la invasión de Polonia por parte de Hitler; el asunto Lavon, cuando agentes israelíes, bajo una falsa bandera, bombardearon bases americanas en Egipto, con el fin de atraer a los EE.UU. al “bando correcto” en el período previo a la Guerra de Suez; el incidente fabricado de Tonkin, que aparentemente dio a los EE.UU. el derecho a lanzar la Guerra de Vietnam; La provocación de Kuwait a Irak y la luz verde dada por el Pentágono a Saddam Hussein en relación con la acción militar contra su Estado vecino, con el fin de dar a la primera Tormenta del Desierto de Bush padre la apariencia de un “acto de liberación”; el bombardeo de un bloque de pisos en Rusia, atribuido a los extremistas chechenos, que justificó el compromiso militar de Putin en el Cáucaso en 1999; el secuestro de dos israelíes para dar legitimidad a la última guerra en el Líbano.
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Llevo muchos años observando a este país en guerra y, tras el 11-S, empecé a pasar tiempo con veteranos estadounidenses que llegaron a despreciar y oponerse activamente a los mismos conflictos a los que fueron enviados a luchar. Los caminos que siguieron para llegar hasta allí y el valor que supuso dar la espalda a todo lo que antes habían abrazado me intrigaron e impresionaron, así que escribí un libro sobre ellos. Mientras lo hacía, a menudo me sorprendía una extraña realidad en aquella época de la guerra estadounidense: en una tierra en la que ya no había servicio militar obligatorio, la mayoría de los estadounidenses prestaban muy poca atención a nuestras guerras en curso a miles de kilómetros de distancia. Me parece aún más extraño hoy en día -y por favor, téngase en cuenta que esto no quita nada a la miseria del pueblo ucraniano ni a la crueldad de la invasión de Vladimir Putin- que el público parece estar mucho más comprometido con una guerra que su país no está librando oficialmente que con las que sí hemos combatido tan brutal e infructuosamente durante las últimas dos décadas.
He aquí, por ejemplo, algunas notas que tomé recientemente mientras escuchaba la NPR: Una mujer llama a uno de sus programas de entrevistas, sintiéndose culpable por celebrar el cumpleaños de su hija a lo grande cuando los ucranianos están sufriendo de forma tan horrible. Un panel en otro programa de NPR discute por qué los estadounidenses se sienten tan involucrados y sus miembros consideran demasiado incómodo el razonamiento de que los ucranianos “se parecen a nosotros”. El presentador del programa señala que, en realidad, no se parecen a todos nosotros, pero nadie sugiere que sea más fácil denunciar las atrocidades cuando las comete otro país, especialmente uno que, para empezar, nunca nos ha gustado demasiado.
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¿Cuántos de ustedes olvidan qué contraseñas utilizan y cuándo? En el mundo actual, en el que cada vez se utilizan más las contraseñas, le damos algunos consejos. Cree contraseñas distintivas según cuatro categorías: 1. PennKey; 2. Otros sistemas de Penn; 3. Personal (más crítica); 4. Personal (otra).
3. Personal (más crítica). Para su vida fuera de Penn, considere la posibilidad de crear una o dos contraseñas largas y complejas para sus sistemas más sensibles, como la banca en línea y otros sistemas financieros o los sistemas de alarma del hogar o del coche.
Su LSP de Penn probablemente hace todo lo posible para mantener el ordenador de su oficina libre de virus, gusanos y otras cosas desagradables de la red. Pero, ¿qué ocurre cuando lleva un portátil Penn a casa o utiliza su propio ordenador doméstico para alargar su semana de trabajo?
Si tiene hijos pequeños en casa, lo más probable es que sepan más de ordenadores que usted. Puede que pasen más tiempo en línea que usted, y probablemente den por sentada la tecnología. Pero podría haber problemas si les deja usar su ordenador proporcionado por Penn.
El estilo de computación recreativa de muchos niños es incompatible con la seguridad de los ordenadores. Algunos no se lo piensan dos veces a la hora de hacer clic en los archivos adjuntos de los correos electrónicos o de instalar software gratuito no fiable que abre peligrosas vulnerabilidades. Otros son demasiado confiados. Cuando se enfrentan a una ventana emergente que grita “Su ordenador ha sido hackeado. Haga clic aquí”, siguen adelante y hacen clic, instalando un software espía que acabará deteniendo el ordenador.